«EL ARTE
DE LA GUERRA»
El imperio estadounidense de
Occidente en crisis
Manlio Dinucci
La guerra aduanal que
Estados Unidos ha iniciado contra China y las nuevas sanciones
contra Rusia son muestra de una tendencia que va más allá de los
acontecimientos actuales. Para entender de qué se trata
hay que remontarse a una treintena de años atrás.
En 1991, Estados Unidos, que
acaba de salir vencedor de la guerra fría y de la primera guerra de la
postguerra fría –la primera guerra del Golfo–, declara haber quedado como
«el único Estado con una fuerza, un alcance y una influencia en todas
dimensiones –política, económica y militar– realmente mundiales» y afirma
que no existe en todo el mundo «nada que sustituya el liderazgo
estadounidense». Confiado en la hegemonía del dólar, en el alcance mundial
de sus transnacionales y de sus grupos financieros, en su control sobre
las organizaciones internacionales (FMI, Banco Mundial, Organización Mundial
del Comercio), Estados Unidos instaura el «libre intercambio» y el
«libre movimiento de los capitales» a escala mundial, reduciendo o
eliminando derechos de aduana y regulaciones. Las demás potencias
occidentales siguen sus pasos.
La Federación Rusa, en
profunda crisis después del derrumbe de la URSS, será vista
en Washington como tierra fácil de conquistar y desmembrar en aras de
controlar mejor sus grandes recursos.
China, que ha decidido abrirse
a la economía de mercado, parece también fácil de conquistar con los capitales
y productos estadounidenses y al mismo tiempo fácil de explotar como gran
reserva de fuerza de trabajo a bajo costo.
Treinta años más tarde,
resulta que el «sueño americano» de dominación mundial se ha
desvanecido.
Rusia logró constituir un
frente interno en defensa de su soberanía nacional y ha salido de la
crisis, recuperando incluso el estatus de gran potencia.
China, la «fábrica del
mundo» donde producen hasta las grandes transnacionales estadounidenses, se
ha convertido en el primer exportador mundial de bienes de consumo, hace
inversiones cada vez más importantes en el exterior y hoy desafía la
supremacía tecnología de Estados Unidos. Su proyecto de creación de
una nueva «ruta de la seda» (una red de carreteras, vías
férreas y rutas marítimas entre China y Europa a través de 60 países),
pone a la República Popular China a la vanguardia del proceso de
globalización, mientras que Estados Unidos trata de atrincherarse
erigiendo barreras económicas.
Washington ve con creciente
preocupación la asociación económica y política entre Rusia y China, que
incluso desafía la hegemonía misma del dólar. Al no lograr
contrarrestar ese proceso con instrumentos económicos, Estados Unidos
recurre ahora a los instrumentos militares. El golpe de Estado
en Ucrania y la subsiguiente escalada –incluso de carácter nuclear–
en Europa, el desplazamiento estratégico estadounidense hacia Asia, las
guerras en Afganistán y en Siria son componentes de la
estrategia mediante la cual Estados Unidos y las demás potencias
de Occidente tratan de preservar la dominación unipolar en un mundo que
se hace cada vez más multipolar.
Pero esa estrategia está
sufriendo toda una serie de fracasos. Sometidas a una creciente presión
militar, la reacción de Rusia y China ha sido fortalecer
su cooperación estratégica. No sólo ha sido imposible arrinconar
a Rusia sino que ese país –actuando de manera sorpresiva–
intervino militarmente en apoyo del Estado sirio, que –según los
planes del binomio Estados Unidos-OTAN– estaba llamado a acabar como el
Estado libio. En Afganistán, Estados Unidos y la OTAN siguen
empantanados en una guerra que ya dura más de 17 años.
En reacción a esos fracasos,
se intensifica la campaña tendiente a presentar a Rusia como un peligroso
enemigo. Y para lograrlo se llega al extremo de inventar las «fake news»
de los ataques químicos en el Reino Unido y en Siria. La técnica
es la misma que se utilizó para justificar la guerra
contra Irak, en 2003, cuando el secretario de Estado Colin
Powell presentó al Consejo de Seguridad las «pruebas» de que
Irak tenía armas de destrucción masiva.
Años más tarde, en 2016, el
propio Colin Powell confesó que aquellas armas nunca existieron. Pero,
en 15 años, la guerra ha costado más de un millón
de muertos.
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