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El 8 de junio de 2020, el secretario general de la OTAN presentó al Consejo Atlántico y al ‎German Marshall Fund el plan de ampliación de ese bloque militar hacia el este, plan que ‎en realidad ya estaba en fase de aplicación, a pesar de que un grupo de trabajo ‎supuestamente acaba de recibir la misión de “concebirlo”. ‎
Los ministros de Defensa de la OTAN, reunidos por videoconferencia el 17 y el 18 de junio, ‎tomaron una serie de «decisiones para reforzar la disuasión de la alianza». Pero nadie habla ‎de eso en Italia, ni en los medios (ni siquiera en las redes sociales), ni en el mundo político, ‎donde todos los partidos guardan profundo silencio sobre ese asunto. ‎
Sin embargo, esas decisiones, dictadas principalmente por Washington y aceptadas por Italia ‎a través del ministro Lorenzo Guerini, trazan las líneas conductoras no sólo de la política italiana ‎en el sector militar sino también de la política exterior. Ante todo, anuncia el secretario general ‎de la alianza atlántica Jens Stoltenberg, «la OTAN está preparándose para una posible segunda ‎ola de Covid-19», contra la cual ya ha movilizado en Europa más de medio millón de soldados. ‎
Stoltenberg no aclara cómo la OTAN puede prever una posible segunda ola de la pandemia con un ‎nuevo confinamiento. Pero sí es muy claro sobre algo muy preciso: eso «no significa que hayan ‎desaparecido otros desafíos». El más grande, subrayan los ministros de Defensa, proviene del ‎‎«comportamiento desestabilizador y peligroso de Rusia», sobre todo de su «retórica nuclear ‎irresponsable, tendiente a intimidar y amenazar a los aliados de la OTAN». Con esa afirmación, ‎los ministros de Defensa de la OTAN invierten la realidad, silenciando el hecho que, al terminar ‎la guerra fría, fue la OTAN la que avanzó hacia las fronteras de Rusia con sus fuerzas y bases ‎militares, principalmente las de Estados Unidos. Bajo la batuta de Washington se aplicó una estrategia tendiente a incrementar en Europa crecientes tensiones contra Rusia.

Para decidir la adopción de nuevas medidas militares contra Rusia, los ministros de Defensa de ‎la OTAN se reunieron en el marco del Grupo de Planificación Nuclear, presidido por ‎Estados Unidos. En Italia ignoramos qué decisiones suscribió el ministro Guerini en el ámbito ‎nuclear en nombre de nuestro país. Pero está claro que, al participar en ese Grupo y al acoger en ‎su suelo armamento nuclear estadounidense –armamento que puede ser utilizado por la fuerza ‎aérea italiana–, Italia viola el Tratado de No Proliferación nuclear y rechaza el Tratado de la ONU ‎sobre la Prohibición de las Armas Nucleares. ‎
Stoltenberg se limita a decir: «Hoy hemos decidido nuevas etapas para que la disuasión nuclear de ‎la OTAN en Europa siga siendo segura y eficiente». Una de esas “etapas” es seguramente el ‎próximo envío, incluso a Italia– de las nuevas bombas nucleares estadounidenses B61-12.‎
El otro «desafío» creciente que mencionaron los ministros de Defensa es el que tiene que ver ‎con China, país mencionado por primera vez en «en la cúspide de la agenda de la OTAN». ‎China es socio comercial de numerosos países miembros de la OTAN, pero al mismo tiempo ‎‎«invierte mucho en nuevos sistemas de misiles capaces de alcanzar todos los países de la OTAN», ‎explica Stoltenberg. La OTAN comienza así a presentar China como una amenaza militar. Y ‎al mismo tiempo también presenta como peligrosas las inversiones chinas en los países miembros ‎de la alianza atlántica. Bajo esas premisas, los ministros de Defensa actualizaron las líneas ‎directivas para la «resiliencia nacional», tendientes a impedir que la energía, los transportes y las ‎comunicaciones, principalmente la 5G, acaben bajo «propiedad y control extranjeros» (léase ‎‎“de los chinos”). ‎
Esas son las decisiones que suscribió Italia en la reunión de los ministros de Defensa de la OTAN, ‎decisiones que implican a nuestro país en una estrategia de creciente hostilidad contra Rusia ‎y China, exponiéndonos como país a peligros cada vez más graves y desestabilizando las bases ‎mismas de los acuerdos económicos. ‎
Es una estrategia a largo plazo, como pudo verse en el lanzamiento, el 8 de junio, del proyecto ‎OTAN 2030 por el secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, para «reforzar la alianza ‎militarmente y políticamente» incorporando países como Australia –ya invitada a la reunión de los ‎ministros de Defensa–, Nueva Zelanda, Japón y otros países asiáticos, con una visión claramente ‎antichina [1].‎
En función del proyecto de la Gran OTAN Mundial 2030, se creó un grupo de 10 consejeros ‎‎ [2], donde encontramos a Marta Dassu, quien fue consejera de política ‎exterior en el gobierno del ex primer ministro italiano D’Alema, antes y después de la guerra de la OTAN contra ‎Yugoslavia, guerra desatada y desarrollada bajo las órdenes de Estados Unidos y en la que Italia ‎participó poniendo a disposición tanto sus bases militares como sus bombarderos. ‎
Fuente
Il Manifesto (Italia)


Traducido al español por la Red Voltaire a partir de la versión al francés de Marie-Ange Patrizio
[1] «La OTAN pretende convertirse en ‎alianza atlántico-pacífica», por ‎Thierry Meyssan, Red Voltaire, 10 de diciembre de 2019.
[2] Componen ese grupo Greta Bossenmaier (Canadá), Anja Dalgaard-Nielsen (Dinamarca), Hubert ‎Vedrine (Francia), Thomas de Maizière (Alemania), Marta Dassu (Italia), Herna Verhagen ‎‎(Países Bajos), Anna Fotyga (Polonia), Tacan Ildem (Turquía), John Bew (Reino Unido) y Wess ‎Mitchell (Estados Unidos).